Sin título permanente

Cuando los primeros rayos de luz recién entraban por la ventana, estaba él, de nuevo postrado en el mismo rincón de la habitación, preguntándose a sí mismo qué era lo que percibía cada vez que miraba por esa ventana fijando la mirada hacia el cielo. Una vez más, cayendo sobre su propio peso el deseo de conocer la razón de su existencia, de encontrarle un sentido al latir de su corazón, al roce de su piel con la porcelana, a sus instintos carnales, al paso tan efímero de su presencia en la tierra para luego convertirse en polvo, a la miseria de su razonamiento en comparación con el universo.

Imprescindible, atado a la duda y con la cabeza perdida, empezaba a ver todo lo pasado bajo una condición dominante, con un despojo de nostalgia, recobraba ciertos trozos de reminiscencia, teniendo en mente que tenemos tanta consciencia para diluirla, una memoria para atar los recuerdos, pero si se consume o se lleva al exceso terminaría por destruirlo y al final, siempre terminaría en el olvido. Recordaba en pequeños fragmentos de su memoria aquellas palabras que le ayudaban a tener una noción más clara del porqué esa turbulencia en sus pensamientos, llegando a la reflexión más importante “Detrás de la realidad en la que existimos y vivimos existe otra completamente distinta, y que, por consiguiente, la primera no es más que una apariencia”. (Nietzsche, 1994:25). Entonces, disuelto en locura y éxtasis pensaba lo difícil que era entender el mundo empírico que parece tan lejano del mundo ideal al que siempre hemos estado apegados, idealizando. Y de repente, dando un fuerte golpe con sus manos contra la pared, la mirada baja y la mente nublada, se preguntaba ¿Qué es lo que realmente le da un significado a todo esto?... ¿Amor? ¿Filosofía? ¿La sensibilidad artística? ¿Misticismo? ¿Ciencia? ... ¿Estará en lo simple? ¿En lo complejo? ¿Qué será? ... Para finalmente, regresar a sí mismo a hacerse las mismas preguntas una y otra vez...

-Nina Andrade

• (Margarita Henry, Paraguay,2012)