Luna de Adagio
- Daniela Alejandrina Pérez
- 28 jun 2022
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 26 jun 2024
Se asosiega esta intermitente soledad.
El brillo de estos ojos se ha esparcido en la ceniza.
El vacío de ti se transforma en eternidad.
Ya de la frescura de tus manos no queda nada.
Compleja, misteriosa, abrumadora e inquietante agonía de mi ser,
que clama aquellos versos que callaste,
donde la austeridad de ti plasmaste
y mi ilusión condenaste.
Guardaste la luz de cada poro de mi piel que alguna vez recorriste con tus labios,
alejándote hasta que el color del cielo opacó tu nombre.
Fuimos esclavos de aquello que la historia marcó como prohibido,
sin saber que cada suspiro de mis palabras te arrebataría el último solsticio.
En la oscuridad te encuentro y exclamo tu nombre hasta que desaparezcas en la tormenta.
Tus ojos han dejado de ver las estrellas en mi compañía.
Olvidaste mi piel, olvidaste mis manos, olvidaste la última melodía que nos encontró hace un par de años,
olvidaste aquel escape de la realidad que prometiste
y aquella botella de recuerdos que jamás se abrió.
En un baúl de sueños despojé mis añoranzas.
Cansado el pájaro cantor de opacar sus bellas melodías.
Borrego negro marchito, te has escapado con el resto a vivir adormilado.
Aquí ha llegado este corazón atormentado,
viviendo en la luna de Adagio, perdido en su melancolía.
Ni aquel semblante azul logró prolongar lo inevitable. Ni el marrón de otros cielos expiró mi condena.
Cada gota de sal austera me sabe a destino.
Gritaré a la madrugada tus te quiero silenciosos y tu presencia de ángel convertido en piedra.
Aquella luz de media noche que llego a salvarme de mi tempestad en un momento cercano a la muerte.
Viviendo en la mentira de poderte olvidar.
-Nina Andrade

(Imagen: Henrik Uldalen, 2015)
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